Mi casa no tiene rejas

He regresado a casa.

Cuando te marchas de tu hogar para vivir solo empiezas a extrañar cosas como la comida, el clima, las charlas interminables y uno que otro conflicto con tus padres que la distancia se encarga de mostrarte como poco o nada razonable. Cuando te marchas añoras lo evidente.

Al regresar, sin embargo, lo primero que notas son esos detalles sutiles, casi imperceptibles, tan rutinariamente cotidianos que en su momento pasaron inadvertidos, pero que hoy se manifiestan poderosamente en tu vida: el sonido del timbre del teléfono fijo, la obsesión de tu padre por mantener las paredes limpias, o la voz chillona de la señora que le vende cosméticos y ropa interior por catálogo a tu madre. Cuando regresas, ahora sí, redescubres lo evidente.

Mi primer domingo en casa no fue diferente a los otros centenares de domingos vividos. Me desperté sudando a chorros, agobiado por el calor. Corrí al balcón a tomar aire.

Desde allí vi cómo mi madre barría el frente de la casa. Es una costumbre que ella carga desde hace años, y es también uno de los recuerdos más antiguos que posee mi memoria. Mientras observaba cómo ella recogía pacientemente las hojas amarillas y marrones que habían caído del árbol de mango, noté que nuestra casa, a diferencia de la de todos nuestros vecinos, no estaba enrejada. En vez de un muro de metal teníamos dos pequeños árboles. Le pregunté por qué.

– No voy a poner rejas y vivir dentro de ellas. Es como ser inocente y pagar para que te metan preso-, sentenció.

Su respuesta me recordó la vez que me atracaron hace ya algunos años. Fue a mediodía, en una calle por la que pasaba a diario para coger el bus e ir a la universidad. Al día siguiente del atraco me sentí tentado a cruzar por otra calle, pero no lo hice. Prefiero perder plata a perder espacio, pensé en aquella ocasión. Y es que eso es realmente lo que ocurre cuando te roban: el dinero, las joyas o el celular es lo de menos, lo que realmente te sustraen -sin que te des cuenta- son metros. Literal.

Cuando las cosas se ponen inseguras la gente reduce su espacio: pone rejas, evita caminar por ciertas calles a determinadas horas, instala cámaras de vigilancia, llama a la policía, reduce su campo de acción con tal de evitar ser atracado de nuevo. Puede que no te roben más, es cierto, pero la vida que no han logrado quitarte se torna densa y paranoica. Algunos le llaman seguridad, pero no es más que puro y físico miedo.

Mamá tiene razón: enrejar la casa es premiar al victimario en detrimento de la víctima. Ella prefiere no perder la costumbre de barrer la terraza los fines de semana, y yo definitivamente prefiero verla desde el balcón, por las mañanas. Quizá algún día la atraquen (ya lo han hecho antes, aunque en otras condiciones), le roben su anillo de matrimonio o ese collar de perlas que nunca se quita, pero estoy seguro que nunca, bajo ningún concepto, le arrancarán alguna de sus actividades diarias, esas que ella -con la satisfacción que da disfrutar lo que se hace- ha llamado sencillamente vida.


4 comentarios sobre “Mi casa no tiene rejas

  1. Oye me parece muy interesante, la perspectiva que utilizas en este relato, sin embargo en la práctica, en este país el crimen se ha infundido en nuestro inconsciente, por todos los episodios temerarios que han habido durante nuestra historia, y tal vez de eso se aprovechan y demás. Por eso muchas veces es mejor tomar medidas preventivas, a dejar que por algo material pudiesen tomar tu integridad. De todas maneras sé a lo que te refieres y si valdría la pena llegar a recuperar ese espacio perdido. Un saludo

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